Las emociones resultaron hoy las grandes protagonistas de la inauguración de Tokio 2020, entre el silencio en las tribunas y el llamado a la resiliencia en unos Juegos Olímpicos vistos como un viaje de esperanza para la humanidad.
Después de un año entre el amasijo de dudas en torno a su celebración, la lid multideportiva se hizo realidad y un coctel de sensaciones creó un efecto cuasi inefable entre quienes idealizaron la irisdiscencia de la llama en el pebetero.
Una gala en la que no faltó la alegría, las más variopintas luces, los efectos de la música, pero marcada por la sobriedad y cuyo momento especial fue observar la silueta del mundo creada con drones y el tema clásico Imagine en las bocinas, interpretado por artistas de diferentes continentes.
También se fundieron como un todo único la historia y las tradiciones locales para dejar ese mensaje de confianza en medio de la pandemia de la Covid-19, causante del aplazamiento en 2020 de una cita que ahora convoca a la paz y la solidaridad.
A pesar de los graderíos semidesiertos, los atletas sonrieron como si buscaran a aquellas personas que suelen aplaudirlos durante los desfiles, en un puro acto de reflejo, porque –dicen- la costumbre suele ser fuerte.
Como es habitual, los integrantes de la comitiva de Grecia, cuna del Olimpismo, lideraron el pelotón de soñadores dispuestos a apuntalar el designio de ‘construir un mundo mejor y más pacífico’.
Por casi cuatro horas la familia olímpica dejo atrás el escepticismo y las ilusiones cubrieron los metros cuadrados del Estadio Nacional de Tokio, imponente y cálido, atestado de vibra positiva en un ambiente que contrasta con una ciudad fría y carente de jolgorio deportivo.
Danza, vistosos trajes y golpes de tambores estuvieron perfectamente sincronizados para enaltecer a competidores, entrenadores, miembros de staff y hasta a los integrantes de los medios de prensa, que durante 17 días recorrerán la metrópoli para crear nuevas historias en la más sui generis de las aventuras olímpicas.
Esta noche, la cuenta regresiva de Tokio 2020 llegó a su final, como también el secreto mejor guardado: el encendido del pebetero, con una llama que recorrió las 47 prefecturas del país, sorteando obstáculos, entre ajustes y medidas sanitarias para arribar a este soñado punto.
Un momento que deleitó a los presentes y cuya fastuosidad fue admirada por los millones de televidentes que siguieron cada paso del relevo hasta concretar ese instante que de forma indefectible siempre trae los recuerdos de aquel tiro con arco de Barcelona 1992.
Finalmente, la tenista Naomi Osaka fue la encargada de darle vida al caldero olímpico en una ceremonia poco espectacular, pero a la vez tan fina que nunca perdió de vista el sufrimiento y la capacidad de recuperación de la sociedad global.
Con alrededor de 15 líderes políticos mundiales en la instalación, entre ellos el primer ministro japonés Yoshihide Suga, la pirotecnia alumbró el cielo de Tokio para inaugurar los llamados Juegos del silencio, los abrazos a distancia, los test de saliva, las medidas sanitarias y la esperanza, por encima de todo.
La escena quedó lista para rendirnos ante los 11 mil 309 deportistas de las 208 delegaciones participantes, que enarbolarán pletóricos de sueños el lema ‘más rápido, más alto, más fuerte, juntos’.