La ansiedad y la depresión son trastornos afectivos que repercuten de manera notable en la calidad de vida. Se trata de enfermedades cuya frecuencia se incrementa durante el embarazo, un periodo en el que impactan en el bienestar de la madre y en el futuro del recién nacido e, incluso, en los hijos de sus hijos.
En la Unidad de Investigación en Reproducción Humana de la Facultad de Química (FQ) de la UNAM y en el Instituto Nacional de Perinatología (INPer), los científicos investigan el efecto de ambos padecimientos en el desarrollo neurocognitivo de los bebés, y en las sustancias que regulan la respuesta inmunológica y al estrés.
Ignacio Camacho Arroyo, integrante de la Unidad, explicó que la depresión consiste en un estado de ánimo abatido, con pérdida de interés, ausencia de placer en las actividades que se desarrollan, cambios en los hábitos alimenticios y el patrón de sueño, falta de energía, fatiga, problemas en concentración y cognitivos, así como desesperanza.
Se trata de la segunda causa de discapacidad en la población adulta, la cual se prevé podría ser la primera para 2030; peor aún, puede llevar al suicidio. Se calcula que en el mundo 800 mil personas se quitan la vida cada año por esa causa.
En contraste, la ansiedad es un trastorno afectivo que se manifiesta a través de distintos síntomas como: inquietud o anticipación aprehensiva de los eventos que ocurren o pueden ocurrir, sentimiento desagradable en el estado de ánimo, nerviosismo, inseguridad, preocupación excesiva, sensación de peligro, y síntomas periféricos como problemas cardiovasculares y respiratorios, sofocación, escalofríos, irritabilidad o problemas de sueño.
El académico de la FQ y sus colaboradores descubrieron que en las embarazadas la depresión y la ansiedad producen cambios en las citocinas que son proteínas que participan en la respuesta inmunológica, incremento de las moléculas llamadas quimiocinas, que median el funcionamiento del sistema inmunológico, así como de la hormona denominada cortisol, relacionada con la respuesta al estrés. Otra, la dehidroepiandrosterona, con efectos benéficos, contrarios al cortisol, se encuentra en niveles disminuidos, abundó Camacho Arroyo.
En mujeres embarazadas con ansiedad, depresión, o ambas, se exacerban algunas funciones. “Hemos visto que se incrementan las citocinas llamadas proinflamatorias. Una mayor inflamación puede producir una respuesta inmunológica inadecuada que, incluso, puede generar un parto pretérmino”.
En un parto prematuro se presenta restricción de crecimiento uterino, bajo peso al nacer e inmadurez de varios órganos, lo cual puede tener consecuencias en el estado de salud general del bebé y, en especial, en su neurodesarrollo.
La presencia excesiva de cortisol puede producir cambios en la conducta del niño. Por otro lado, hay estudios que sugieren una asociación entre el uso de antidepresivos con el autismo, mientras que la ansiedad podría tener relación con trastornos como el de déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
Los estudios, realizados en colaboración con el Departamento de Neurociencias del INPer y el Instituto Nacional de Psiquiatría, que se dieron a conocer en las revistas internacionales BMC Psychiatry y JSM Anxiety and Depression, se realizaron en pacientes del INPer y de otras instituciones como el Hospital General de México.
La muestra fue de alrededor de 300 mujeres para depresión y cerca de 200 en el caso de ansiedad; se incluyeron embarazadas con uno o ambos padecimientos, o sin ellos, para hacer una comparación entre ellas.
El universitario recordó que, como prácticamente todas las enfermedades psiquiátricas, éstas son multifactoriales; “en ambas se pueden encontrar factores genéticos, aspectos relacionados con el desarrollo, y muchos elementos medioambientales, sobre todo el estrés, que es un detonante para ambos padecimientos”.
Diversos aspectos pueden llevar a un estado de depresión. En la época que estamos viviendo, por ejemplo, puede ser la pérdida de un familiar o del empleo, o algún contagio, refirió el experto.
Las dos enfermedades, aclaró, son más comunes en mujeres que en hombres, en una proporción que puede ser de dos a uno. Y en el embarazo su presencia aumenta aún más.
“Ocurre así porque además de los cambios hormonales que se registran en ese periodo, el estrés es mayor, sobre todo si la madre es soltera, se trata de un embarazo no deseado, si hay disfunción familiar, problemas económicos, etcétera”.
También se ha visto que la depresión y la ansiedad se pueden incrementar cuando la mujer es hospitalizada por tener un embarazo de alto riesgo, ya que puede estar comprometida su vida, la de su futuro bebé, o la de ambos. Así ocurre también durante el posparto, refirió Camacho.
Aunque las cifras varían en las distintas poblaciones, explicó, se calcula que en el primer trimestre de embarazo puede haber de siete a ocho por ciento de ellas con depresión; hacia el final del periodo de gestación la cifra se eleva a12 por ciento y en el posparto a 13 por ciento.
En el caso de la ansiedad, los números son más altos: de 15 a 17 por ciento al inicio del embarazo, y hasta 20 o 25 por ciento al final; es decir, una de cada cuatro mujeres, “una cantidad altísima”.
Con un estado de ánimo que no es el óptimo, disminuye el autocuidado y con ello se descuida la alimentación. También se puede presentar preeclampsia, parto prematuro y, en el caso del bebé, problemas de neurodesarrollo en áreas como la cognitiva, de lenguaje y motora. Además, se ha visto que los hijos de madres que tuvieron ansiedad en el periodo de gestación tienen también problemas conductuales en la infancia o la adolescencia, reiteró el científico.
Por ello, es muy importante que cuando se presentan estos problemas la futura mamá acuda con un ginecólogo y un psicólogo o psiquiatra, para ver las alternativas de tratamiento. En primera instancia pueden ser ejercicios o terapias, y de ser necesario, fármacos que mejoren la neurotransmisión, mediada por mensajeros químicos particulares como la serotonina y la noradrenalina, en el caso de la depresión, y de serotonina y GABA, en la ansiedad.
Debido a que se ha visto que ciertos ansiolíticos o antidepresivos pueden tener efectos en el neurodesarrollo de los bebés, en todos los casos se recomienda acudir con un especialista y no tomar los remedios sugeridos por familiares o conocidos.
“Cuando una mujer embarazada esté presentando cambios de ánimo notables, cuando tenga algunos síntomas de depresión o ansiedad, que recurra a su médico para ser atendida. El INPer es un centro de referencia para su atención”, concluyó Ignacio Camacho.