Además de señalar que una de las razones de su decisión de irse tuvo que ver con sus críticas a Manuel Bartlett. Sobre el presidente López Obrador, y pese a cualquier diferencia que haya tenido con él, lo califica como “el mejor político vivo”, de México.
Carlos Urzúa se ve de buen humor. Pareciera que su renuncia a la Secretaría de Hacienda, el pasado martes 9, sólo es un dato más en su biografía. No hace falta sacarle las palabras con tirabuzón: tiene muchas ganas de hablar. Lo hace como siempre: intercalando anécdotas graciosas y con numerosas digresiones.
Habla de cómo conoció al presidente Andrés Manuel López Obrador y cuenta de qué manera evolucionó su relación, hasta que éste lo invitó a formar parte de su gabinete. En esta entrevista, la primera que da desde su renuncia, le pone nombre y apellido a las críticas que en su carta mencionó indirectamente.
El principal conflicto de interés de este gobierno, asegura, se llama Alfonso Romo Garza. Él mismo nombró a los titulares del Sistema de Administración Tributaria (SAT) y la banca de desarrollo.
Sus diferencias con el actual presidente comienzan por el tema fiscal, donde Urzúa considera necesaria una reforma que permita reducir la desigualdad y hacerse de más fuentes de recursos. Asegura que el principal problema de este gobierno es su voluntarismo. Cuenta que no estuvo de acuerdo con la cancelación del aeropuerto de Texcoco y critica el objetivo de construir Dos Bocas en lugar de promover la exploración y producción de crudo.
No revela la razón última de su salida, pero dice que mucho tuvo que ver un diferendo con el director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, derivado de su intención de incumplir el contrato por el cual se construyó el gasoducto submarino Sistema Sur Texas-Tuxpan. Alerta que una disputa legal con las empresas involucradas podría dejarnos sin fuentes de energía un buen tiempo, además de poner en peligro la entrada en vigor del T-MEC.
Larga relación
-¿Desde cuándo conoces a López Obrador?
-Lo conocí a finales de 96, cuando él era presidente del PRD, y me invitó a participar en la elaboración del plan económico para el partido. El trabajo salió bien y López Obrador empezó a confiar en mí y a invitarme a sus reuniones. Luego nos dejamos de ver, pero a finales de 1999 me llamó nuevamente a las oficinas del PRD, cuando estaba pensando lanzarse a la candidatura del gobierno de la ciudad. Me preguntó mi opinión y le dije que me parecía una buena idea.
-Entras como secretario de Finanzas en el Gobierno del Distrito Federal. ¿Como fue esa experiencia? ¿Hubo fricciones entre ustedes?
-En el gobierno de la ciudad no tuvimos ninguna fricción. En realidad siempre me llevé bien con López Obrador. A pesar de las diferencias que hoy tengo con él, estoy convencido de que es, por mucho, el mejor político vivo que existe hoy en México. Es muy impresionante verlo: tiene una inteligencia social extraordinaria. Para mí es un placer conocer a alguien así porque ese tipo de figuras acaso aparecen cada 20 o 30 años en un país.
“La administración al frente del Distrito Federal fue muy exitosa en las finanzas, especialmente en términos de recaudación. Logramos combatir los desvíos que se generaban en la Tesorería y digitalizamos los servicios. Eliminamos el mecanismo de pago de tenencia, predial y nómina en las oficinas para hacerlo a través de los bancos y más tarde también por internet y en supermercados. El segundo piso del Periférico, en la parte de San Antonio, se logró financiar gracias al excedente que generamos ahí.
“Octavio Romero era el oficial mayor, quien controlaba las compras de casi todas las dependencias de forma centralizada. Eso permitió generar muchos ahorros. Por ello, al llegar a la Presidencia, tanto López Obrador como yo estuvimos de acuerdo en que había que tener una sola Oficialía Mayor que llevara a cabo esas tareas. Es el área que hoy comanda Raquel Buenrostro.”
-Pero finalmente decides retirarte del gobierno capitalino…
-Me fui al tercer año porque tenía una carrera académica en El Colegio de México y había pedido permiso para ausentarme dos años con siete meses, lo máximo que me habían autorizado. Le había comunicado eso al entonces jefe de gobierno desde un principio.
“En julio de 2003 dejé el gobierno, pero no por El Colegio de México sino por el Tecnológico de Monterrey, mi alma mater, donde fundé una Escuela de Graduados de Administración Publica. Cuando se lo comuniqué a López Obrador fue la primera vez que se molestó conmigo. Dejamos de vernos un buen tiempo.”
-¿Cuándo vuelven a verse?
-En 2006, cuando él iba a ser candidato a la Presidencia, me pidieron que lo apoyara en el norte del país, que era donde estaba más débil, para que pudiera explicar allá lo que se había hecho en el gobierno de la ciudad. López Obrador se enteró de que yo había hecho esto y me mandó decir que me agradecía mucho. Luego de la elección me pidió que integrara el gabinete legítimo, pero tuve que negarme porque no podía afectar la neutralidad de la Escuela de Graduados que dirigía. Él tampoco estuvo contento con esa decisión y nuevamente nos dejamos de ver.
“En 2012, después de que perdió la elección, lo invité un día a mi casa. Dejamos de vernos otra vez hasta finales de 2017, cuando me pidió que lo apoyara para seleccionar a gente que pudiera integrarse a su gabinete. En ese entonces yo no me veía en el mismo, pues tenía otro tipo de intereses. Me atraían más el Banco de México o el INEGI; sobre todo este último. Luego él comenzó a insistir cada vez más en que yo debía ser su secretario de Hacienda.”
-¿Por qué crees que te quería en esa posición?
-Quizá porque me consideraba más capacitado como administrador público y economista que a sus otras opciones. Supongo que había probado mi rectitud y honestidad en el Gobierno del Distrito Federal y por la reputación que tengo entre los economistas y el sector financiero. Quizás, también, por no ser integrante de Morena. Para cuidar el dinero él quería un perfil que, además de ser honesto, fuera ajeno al partido.
-¿Cómo te defines como economista?
-Yo diría que soy un neokeynesiano. Si me preguntas qué debería ser México, yo te diría que una socialdemocracia en el sentido nórdico del término. Creo que él también, y en ese sentido somos afines. Nunca he sido un izquierdista de pies a cabeza y creo que en el fondo él tampoco. No creo que tome en serio el marxismo.
“Quizás se asume como un socialdemócrata, o más bien como un intervencionista o un ‘dirigista’, alguien que está a favor de la rectoría del Estado en la economía. En cuestiones de redistribución del ingreso o combate a la pobreza, mi postura y la suya son similares. En términos ideológicos somos cercanos. Curiosamente, yo soy menos conservador fiscalmente hablando que López Obrador. Creo que eso es un error, particularmente en un año como éste, en el que yo no sería tan conservador en ese aspecto.”
-¿Le pusiste alguna condición para integrarte al gabinete?
-No. Ni él ni yo pusimos condiciones. Sólo le dije que si las cosas iban mal, me iba a ir. Él sabe cómo soy yo.
-¿Qué te imaginabas que podía ir mal?
-Me preocupaba el hecho de que fuese fiscalmente conservador, y al mismo tiempo colocara un gran énfasis en los programas sociales. Me preocupaba el balance. No es sencillo tener balance presupuestal y al mismo tiempo muchos programas sociales. Es una tensión de todos los gobiernos, aunque en su caso es mayor.
-¿Le mencionaste la necesidad de aumentar impuestos?
-Él no quería hacerlo. Esa ha sido una diferencia importante entre nosotros. El presidente no quiere hacer una reforma fiscal. Yo sí, porque creo que es la única manera de abatir desigualdades. No sé por qué no quiere hacerlo. Quizás por no enfrentarse a algunos empresarios, quizás por el costo electoral… Siempre le comenté, sin embargo, que a medio camino del gobierno iba a ser necesario hacer una reforma y le expliqué mis razones.
-¿Cuál fue tu contribución principal durante la campaña?
-Trabajé mucho para generar confianza en los mercados. Entre enero y junio me reuní con cerca de 100 fondos de inversión. Fue un trabajo arduo.
-¿Ya estaba entonces Arturo Herrera en el equipo?
-No, Arturo estaba en el Banco Mundial. Luego yo lo propuse como subsecretario y se integró al inicio del gobierno, junto con Victoria Rodríguez, en Egresos. También propuse a Raquel Buenrostro como oficial mayor. El presidente tuvo dudas al principio porque no la conocía. Por cierto, es falso que yo haya tenido una confrontación con ella. Tanto Arturo como Victoria y Raquel fueron alumnos míos en El Colegio de México.
Las diferencias
-¿Dónde están tus principales diferencias con Alfonso Romo?
-Me cuesta entender el tipo de relación que tiene con el presidente. Ideológicamente Romo es un hombre de extrema derecha y en términos sociales oscila entre el Opus Dei y los Legionarios de Cristo. ¿Cómo un hombre así, que llegó a admirar a Augusto Pinochet y a Marcial Maciel, acabó no sólo siendo amigo de López Obrador, sino incluso siendo el jefe de la Oficina de la Presidencia?
“Ahora bien, es verdad que aun cuando Romo trató de usar su influencia para apoderarse de las secretarías de Hacienda y de Economía, el presidente no lo dejó. Pero sí pudo imponer a Margarita Ríos-Farjat en el SAT y a Eugenio Nájera en Nafinsa y Bancomext. Este último ha sido desde siempre su mano derecha en el sector empresarial, mientras que para que ella pudiera ser impuesta se tuvo que cambiar la propia Ley del SAT.”
-¿Alfonso Romo tiene algún conflicto de interés?
-Es una buena pregunta, y es precisamente a él a quien aludo en mi carta de renuncia. Un conflicto de interés existe cuando una actividad personal o de negocios de un servidor público podría eventualmente interferir con el ejercicio de sus funciones.
“No estoy diciendo que esto haya pasado en el caso de Romo, no me consta, pero dado que en la jefatura de la Oficina de la Presidencia se maneja a diario un cúmulo de información económica confidencial, uno quisiera que Alfonso Romo y sus familiares hasta de primer grado no tuvieran actualmente participación accionaría alguna en la Casa de Bolsa Vector.”
-¿Qué está buscando Alfonso Romo en este gobierno? ¿Cuál es su agenda?
-Creo que su fin último es renacer. Después de haber estado en la lista de Forbes está buscando ser lo que alguna vez fue. Es entendible que esté tratando de encontrar nuevamente un espacio. Entiendo su postura, lo que no puedo entender es que López Obrador lo tenga en su gobierno.
-Tus razones para salir fueron más profundas que Romo. ¿Por qué decides irte?
-En uno de los párrafos de mi carta me refiero a una serie de políticas públicas sin sustento. No quiero hablar de todas, pero de entrada te puedo decir que yo sí estuve a favor de que continuara la construcción del aeropuerto de Texcoco. Creo que la obra estaba muy avanzada y había demasiado dinero de por medio. Si bien es cierto que muchos de los terrenos aledaños estaban controlados por gente vinculada a la administración anterior, un gobierno fuerte como el de López Obrador podría haberlos expropiado por razón de Estado.
-Dicen que tus principales diferencias han sido frente a los grandes proyectos… ¿Cómo los ves en general?
-Yo no me opongo a los grandes proyectos. Creo que un país como el nuestro debe tenerlos. Tengo mucha fe en algunos de ellos que creo serán exitosos y no serán muy caros. Uno de esos es el Corredor Interoceánico, que en dos años puede empezar a funcionar. La clave es tener una sola empresa que brinde el servicio y no que quede en manos del Estado; ahí sí hay una diferencia dentro del gobierno. Obviamente no se pretende ganarle a Panamá, pero hay buques inmensos que no caben por el Canal y podrían utilizarlo. Algo que además no se sabe es que por el Canal de Panamá circula una gran cantidad de mercancía mexicana que podría pasar por aquí.
-¿Pero dónde están las discrepancias?
-Yo no hubiera puesto tanto dinero este año para proyectos que no podían despegar rápido. Santa Lucía no empezará sino al menos en tres meses, el Tren Maya sigue en diseño… ¿Para qué poner tanto dinero ahí cuando podría utilizarse para carreteras y otras cosas? Eso explica en gran medida por qué la inversión pública se cayó. Se ha puesto el dinero en grandes proyectos que apenas están empezando a madurar. Probablemente el presidente quiso asignarles recursos para mandar la señal de que esos proyectos iban en serio, pero creo que fue un error.
Hacer una refinería como la de Dos Bocas no es óptimo en las condiciones actuales. Los encargados de construirla dicen que costará unos 8 mil millones de dólares. Sin embargo, la gran mayoría de las empresas señala que no se puede hacer por menos de 15 mil millones de dólares y la mayoría de los expertos aseguran que no puede hacerse en tres años. Por eso la licitación estuvo desierta. Tú no puedes persistir en una idea cuando hay empresas que saben más que tú y dicen lo contrario. El problema de este gobierno es su voluntarismo.
“Otra de mis diferencias tiene que ver con el plan de negocios de Pemex. Creo que ese plan puede ser muy bueno y se puede sanear la situación de la empresa en tres años. Sin embargo, eso sólo será posible si evitamos proyectos como el de la refinería y nos abocamos de manera intensiva a la exploración y producción de crudo. Hay algunos yacimientos muy generosos en el país. Ixachi, por ejemplo, tiene reservas probadas de mil 300 millones de barriles. Está en tierra y las reservas probadas y posibles rondan, al parecer, los 2 mil millones. Cerca, pero ya en aguas someras, hay otros dos grandes yacimientos. Ahí es donde deberíamos estar poniendo los recursos.”
El gasoducto
-¿Pero qué fue lo que más te hizo enojar? ¿Cuál fue la gota que derramó el vaso? ¿Pasó algo en particular?
-Pasó algo de lo que no quiero hablar porque involucra a mucha gente. Puedo referir, sin embargo, cuál fue una de las gotas que casi derramó el vaso. Un alto funcionario y yo fuimos a comentarle al presidente hace unos días que lo que está haciendo la CFE no es en beneficio de México. En particular, le hablamos de un caso. Resulta que Bartlett, que tiene una fuerte visión estatista, encontró varios contratos de empresas extranjeras de construcción de gasoductos que para él son un robo a la nación.
“Uno de los gasoductos paradigmáticos es el que va de Texas a Tuxpan, Veracruz, el cual se firmó hace cinco años y ya se terminó de construir. Ese gasoducto, que provee más de un tercio de toda la demanda de gas en México, fue construido por Transcanada, una paraestatal canadiense, junto con Ienova, una empresa mexicana, subsidiaria a su vez de una estadunidense llamada Sempra. Puede ser cierto que el gasoducto haya salido caro, como afirma Bartlett, pero lo cierto es que nosotros firmamos un contrato y debemos cumplirlo.
“Bartlett no quiere entregar ese gasoducto y pretende renegociar el contrato, pero no esta evaluando correctamente su costo, porque al parecer no entiende el concepto de valor presente. Es preocupante que alguien que dirige una empresa de electricidad no entienda el concepto de valor presente. Alguien así no puede dirigir una empresa de electricidad. El problema es que, si no se respeta el contrato, Transcanada demandará a la CFE, porque el gasoducto ya se terminó de construir.
“Mientras ese pleito dura, el gasoducto no se podrá utilizar, lo que nos dejaría imposibilitados de satisfacer un tercio de la demanda de gas. El pleito va a durar años y es muy probable que México lo pierda, además de que no podremos usar ese gasoducto por un buen rato. Eso es jugar literalmente con fuego y con el bienestar de millones de mexicanos que viven en la Península de Yucatán, donde ya están sufriendo apagones severos porque no hay gas.
“Pero hay otros dos problemas extra. Bartlett asegura que esto no va a afectar al T-MEC porque una disputa entre dos empresas se dirime en instancias internacionales. Sin embargo, cualquier empresa, acudiendo al TLCAN, puede invocar la violación de una disposición donde se establece que los Estados no pueden de manera arbitraria y lesiva afectar los intereses de otros países.
“Transcanada ya ha demandado por esa vía a Estados Unidos por temas de gasoductos, por lo que dudo que Bartlett o la 4T los asuste mucho. El último problema es aun más preocupante. Sempra, la matriz de la otra empresa involucrada, es estadunidense y en su consejo está nada más y nada menos que Nancy Pelosi. En el momento en que nosotros nos aventemos el pleito, Pelosi va a bloquear toda posible firma del T-MEC. Para mí este es un ejemplo muy claro de que la política pública debe estar basada en evidencias, no en deseos.”
-¿Cómo reaccionó el presidente cuando le dijiste todo esto?
-Me dijo que yo era un neoliberal. Para López Obrador, cualquiera que lo critique lo es. También me aseguró que Bartlett es un gran abogado y que cómo me atrevía a cuestionarlo.
-Una de las grandes críticas a este gobierno tiene que ver con la política de austeridad. ¿Cuál ha sido tu postura frente al tema?
-Desde que llegamos al gobierno sabíamos que había que recortar recursos para liberar fondos que pudieran destinarse a los programas sociales. Cuando presentamos el presupuesto en diciembre, por tanto, ya se habían incluido recortes donde había que hacerlo. En ese primer esfuerzo que se hizo estuve naturalmente de acuerdo. En marzo, sin embargo, se produjo un memorándum del presidente de la República, impulsado por la secretaria de la Función Pública, donde se planteó una reducción extra del gasto, que a mi juicio fue excesiva. Ese sobreajuste al gasto pudo haber causado problemas de operación en las secretarías y realmente dio muy poco dinero extra. No valía la pena hacerlo.
-¿Lo objetaste en su momento?
-No lo objeté, pero tampoco lo aprobé.
Sin embargo, era un memorándum del presidente y estaba obligado a acatarlo. Uno de los problemas del memorándum es que no tomó en cuenta la heterogeneidad de las unidades del sector público y puede paralizar parcialmente algunas entidades. Me preocupó lo que tenía que ver con los viajes de los investigadores; eso fue un gran sinsentido. En el caso de los centros públicos de investigación, su presupuesto puede parecer excesivo para gente que no los conoce. Es un problema que quienes están en la Función Pública no tengan un conocimiento claro de la administración pública. Eso puede ser un problema para un gobierno.